Son tiempos confusos.
Desenfocados, dolorosos. Tiempos de incertidumbre. De no
saber que hacer con ésta historia, con estos momentos. De no hallarle lugar al
café, de espacios vacíos, sillas desocupadas.
De una buena
conversa. De filosofar con las paredes, los muros, con los peroles de la
cocina, o quizá con los muebles de la alcoba. De batallar contra la calma, y el
tiempo. Tiempos de frío, de meditar oprimido. Oprimido por las ganas de huir. Tiempos
de todo, menos de escribir. Tiempos de mucho café caliente, y de esperar, paciente,
mientras escribimos unas líneas, para tomarlo luego, tomarlo frío. De pecho,
así. Como una forma de protesta, inútil, como todas. Levantarnos en armas
contra lo cotidiano. Tomar el lápiz. Y escribir cualquier cantidad de falacias.
¿Por qué?
Porque sí. Porque así somos los escribidores.
Escribimos como una respuesta a la calma. Para provocar
desastres en nosotros mismos. Bochinche, ruido. Porque la calma nunca es un
argumento. El silencio es un atropello a nuestra sangre. Un insulto a nuestra
desobediencia. Queremos seguir gritando.
Y mientras escribimos, aunque no lo parezca, nos
construimos. Vamos haciendo muros a nuestro alrededor. Y empeoramos. Aprendemos
a valorar nuestros errores, y amamos cada desfachatez que se nos ocurra
escribir. Como una mancha, un trazo amorfo. Porque las formas también son una
manera de oprimirnos. Yo escribo como yo. Sin pena alguna. Me gusta. Amo
escribir lo que tú probablemente no amas leer.
Y vivo leyéndome a mí mismo. En éste anonimato. Firmando de
mil maneras diferentes sin que nadie me acuse de no ser yo. Sin que alguien
dude de mí. Y yo, mientras, dudando de todos.
28/05/2020
Comentarios
Publicar un comentario